Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos,
aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento…
con todo, yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi salvación…
El Señor es mi fortaleza. Habacuc 3:17-19.
En el muro de un campo de concentración, en un país totalitario, se halló esta inscripción: «Creo en el sol, aun cuando no brilla. Creo en el amor, aun cuando no lo siento. Creo en Dios, aun cuando permanece silencioso». ¡Hermoso testimonio de la confianza que poseía el autor de estas frases! Aunque todo parecía perdido, ese creyente no se rebelaba.
A menudo, cuando atravesamos momentos difíciles, estamos inclinados a quejarnos y a dudar de nuestro Dios. Asaf, el autor del Salmo 73, había tenido semejantes pensamientos: “He aquí estos impíos, sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas. Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia” (v. 12-13).
El silencio aparente de Dios lo llevaba a desalentarse, pero Dios no lo dejó en este dilema, sino que lo llevó a elevarse por encima de las circunstancias: “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí, hasta que entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos” (16- 17). Ante todo él experimentó este versículo: “La roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre… en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien” (26-28).
Imitemos a estos hombres de fe y aprendamos, aun en las dificultades, a vivir en la comunión y la paz de nuestro Salvador.
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